
Poco a poco este blog de Casiciaco e Inquietud va tomando importancia y aumentando el número de visitas e interés. Os adjunto una experiencia personal de las personas que acudieron en Semana Santa a Taizé para conocer una forma diferente de oración... aquí va.
Hace ya algún tiempo que volvimos de un viaje que para la mayoría de nosotros, sino para todos, ha sido un momento importante, ha supuesto un paso más en un camino que se decide cada día, una vida que es caminar sin fin buscando y buscando, para encontrar a veces y querer compartir lo encontrado con tanta gente.
Fuimos dieciséis los que nos embarcamos en este viaje, dieciséis razones distintas para buscar una Semana Santa diferente, dieciséis motivos para salir de nuestra vida diaria en busca de una semana de tranquilidad, de tiempo para pensar, de experiencias por compartir, de una forma distinta de encontrar a Dios en nuestras vidas, que en definitiva es lo que íbamos buscando (busca lo que buscas…), a ese Dios de las pequeñas cosas, que se hace presente cada día en nuestra vida, también en Semana Santa, y también allí, en la colina de Taizé…
Y tuvimos la suerte de que ese viaje fue todo lo que nosotros quisimos que fuera, e incluso algo más, siete días alejados de todo lo que nos preocupa cada día, siete días lejos de casa, una semana muy cerca de todos los que hacen que nuestra vida sea lo que es a pesar de que estuvieran a cientos de kilómetros de nuestro retiro dorado. Una semana en la que tuvimos que adaptarnos a un ritmo diferente, a un horario extraño para nosotros, a una forma “distinta” de comer, de dormir, de despertarnos, un viaje, en definitiva, que nos llevó a lo desconocido, una vuelta a una sencillez ya olvidada y en ocasiones pensada imposible.
Nunca terminaríamos de contar las anécdotas vividas, los grandes momentos compartidos, la gente que nos encontramos o con la que nos reencontramos a pesar de llevar mucho tiempo compartiendo el diario caminar, pero tampoco queremos aburrir a nadie, no queremos traicionar el silencio que hemos aprendido, no queremos matar la sencillez que nos invadió en nuestra aventura por el corazón mismo de Europa. Siempre quedara grabada en nosotros esa llamada a la oración, esas campanas que parecía nunca iban a callarse desde el mismo momento en que pusimos pie en la colina (y si se nos olvida siempre habrá alguien que nos las recuerde...).
Por todo lo compartido en esos días, por las conversaciones mantenidas y por las pendientes, por los corazones abiertos, por aprender juntos a “sobrevivir” en el silencio, por las lecturas compartidas, por lo enseñado y lo aprendido, por todo… GRACIAS a quienes lo hicisteis posible. Y a todos los que leáis estas letras os animamos a vivir experiencias que nos ayuden a conocernos un poco más cada día.
Llega ahora el momento de volver, de transmitir, de descargar (la famosa teoría de cargar/descargar), de compartir y hacer vida de los recuerdos que llevamos encima. Es hora de aportar novedad a la monotonía de nuestro día a día, ahora nos toca bajar de la colina (como los apóstoles tuvieron que bajar con Jesús del monte) y ponernos manos a la obra en nuestras obligaciones, en nuestra vida de verdad, no en la de cuento de una semana y un viaje, y la vuelta no siempre es fácil…