lunes, marzo 22

"Todos los caminos conducen a Dios"

Acercándonos a la Semana Santa, un texto de archivo: una reflexión sobre la conversión de San Agustín.
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Dios es grande, y omnipresente, pero no todos los caminos conducen a Él… Solo el justo, solo el bueno, solo el camino correcto, que no siempre es el más fácil, ese es el que nos conduce hasta Dios. Pero cuando lo iniciamos, aún no vemos la meta, no vemos con claridad ese destino al que nos hemos empeñado en llegar, por eso es fácil perdernos…

San Agustín buscaba sin descanso la verdad, corriendo de un lado a otro, como si dependiese de ello su vida. Buscaba sin encontrar, pero contra más buscaba, más se acercaba a la meta, a la verdad. Hasta que divisó su meta al final del camino: “Toma y lee”. ¡Sí, es Dios el que me llama, Dios es la verdad!

Caminos, hay muchos: atajos, rutas alternativas… Vivimos ciegos en un mundo de obstáculos, puestos por nosotros mismos, nos empeñamos en caminar solos, o mal acompañados, volvemos a veces para tropezar en el mismo sitio solo por no sentirse diferente, porque todo sea igual. No buscamos la verdad, no corremos incansables buscando la meta, queremos llegar sin avanzar, queremos ganar sin luchar, sin saber que, como dice San Agustín, “nadie puede vencer sin haber combatido”.

La conversión de San Agustín es un giro de rumbo, es un paso de “ateo a Teo”, un cruce de caminos que Dios nos pone por delante para que elijamos, y que nos pone en el momento preciso porque ya sabe qué vamos a escoger, solo debe convencernos de que nosotros también lo sabemos. Momentos de mi vida los veo como reflejos de esa conversión: momentos en los que camino hacia una meta, en los que busco una meta o un camino, y procuro no salirme de este. Momentos en los que dudo, incluso comienzo a negar, me desvío,… pero al igual que al santo de Tagaste, esto sirve para retomar el camino con aún más fuerzas. Durante un tiempo no tuve las cosas claras, hasta que empecé de nuevo a ver esa meta y, ahora, cada vez que tengo que retroceder, lo hago sin miedo, porque sé que más que volver atrás, estoy cogiendo carrerilla para avanzar más rápido. Y este pensamiento, esta sensación de que pase lo que pase hay que ir hacia adelante, que siempre que busque la verdad la encontraré, porque la verdad también me busca, y va más rápido aún que yo, todo esto, se lo debo al ejemplo que dio San Agustín de Hipona.

Si lo que haces, lo haces con amor, si solo buscas la verdad, si conoces la meta o la sientes en tu corazón, entonces sí que todos los caminos que tomes te conducirán a Dios. Porque Dios no está al final del camino, es el camino; no está allá donde busques la verdad, Él es la verdad; y no está en el amor, sino que Dios es amor.

lunes, marzo 15

Contra la subida de precios en los aplausos

La vida es corta, y a todos nos gusta dejar huella. Pero para hacerlo hace falta que seamos expertos en algo, porque aquel que no destaca, pasa inadvertido. Por eso nos pasamos la vida aprendiendo, superándonos, destacando,... Y cuando nadie advierte ese esfuerzo, caemos en desdicha.

¿Tanto nos cuesta aplaudir? ¿Tanto nos cuesta reconocer el logro de los demás? ¿Por qué no confiamos en el saber del prójimo, y tratamos de hacer logros en áreas que no hemos estudiado?

Por un lado: si tengo un problema en un área, y conozco a alguien que entiende de eso, ¿por qué tratar de arreglármelas con lo poco que sabemos sobre eso? ¿Por qué no contar con los demás, confiar en su ayuda?
Por otro lado: si sé que alguien hace algo concreto ¿por qué no apoyarle, aunque no me lo pida? ¿Por qué no acceder a lo que hace y preocuparse por conocerlo? ¿Por qué no felicitarle por su trabajo?

Si, sé que cuesta, yo también lo he vivido. Pero no olvidemos que nos volvemos grandes cada vez que nos quitamos el disfraz de “individuales”.

Preguntemos más por esto y por aquello, preocupémonos más por nuestros compañeros, compartamos sus logros no por necesidad u obligación social, sino por compartir verdaderamente su felicidad, pidamos ayuda a los demás en aquello que los demás entienden, apoyémonos más en el prójimo.

Porque conf´ío un aplauso calienta.

lunes, marzo 8

El cabrón de mi hermano

Dejen que hoy repasemos un concepto tan importante como el de la fraternidad, recogido con gran inteligencia en la primera norma del imaginario Decálogo del Casiciaco, de nula fiabilidad.

¿Por qué no podemos ser amigos en los grupos? Bueno, sí que podemos, sí que nos hacemos amigos, sí que hacemos cosas juntos, como buenos amigos. Pero no ha de primar la amistad. Los amigos se defienden entre sí, tienden a compartir los mismos ideales, pueden llegar incluso a marcar un círculo impenetrable,…

Los grupos, como vimos en el artículo de la Fraternidad Agustiniana de Fr. Hugo Reynaldo, debe ser un conjunto de hermanos que, aunque no puedan ser todos entre sí amigos (por la dificultad que conlleva), sí que son capaces de divertirse juntos, así como de aprender y progresar. Defienden antes el grupo que a un miembro, solucionando el problema mediante corrección fraterna, reconociendo los errores propios que perjudicaron al grupo. Tienden a compartir los ideales comunes que, a más miembros, más rico son. Y buscan crear un círculo abierto para todo el que quiera formar una fraternidad fuerte y decidida en avanzar siempre hacia adelante, con un solo corazón.

En la fraternidad reconocemos nuestros errores, sabemos que fallamos, pero no damos marcha atrás por esto, no sirve de nada. Y tampoco dejamos de ser amigo de un miembro porque en realidad, nunca lo fuimos en la fraternidad. “por esto, nunca diremos la madre que parió a aquel cabrón, sino que diremos la madre que parió al cabrón de mi hermano” (extracción del mencionado decálogo).

lunes, marzo 1

Contestense ustedes mismos…:

Hay quien dice que el amor no existe. Existen tantas dificultades para conocer la verdad que, de entrada, está bien no negarlo porque aquel que no duda de algo no goza de una fe sana, es más, precisamente tras la duda es cuando la fe se hace presente. Pero, ¿por qué negar el amor? Bueno, según esta teoría que comento el amor puede ser un producto mental del hombre, un conjunto de endorfinas que nos hace creernos enamorados. Muy bien, me lo creo. ¿Por qué siento amor entonces? ¿Por qué sigo sintiéndolo como algo insustituible? ¿Por qué soy capaz de visualizar ese sentimiento más allá de cualquier otro? ¿Por qué sufrimos tanto cuando no lo tenemos si la sensación en sí de dicha hormona puede darse por muchas otras cosas? ¿Por qué amamos, y no otra cosa, si supuestamente es una sensación ficticia? ¿Por qué amar me hace sentir cosas que nada ni nadie más puede?

Hay quien dice que Dios no existe…