domingo, abril 25

Con las gafas de "mirar bonito"

No ser feliz es para mí una tarea tan laboriosa que por cansancio acabo abandonándola.

Me resulta complicado no disfrutar de mi viaje en autobús escuchando a la gente y a la niña que dice que le quiere dar al botón de parada ella misma, aunque ya le haya dado otro anteriormente. Me es trabajoso no pensar que soy un Ferrán Adriá en potencia cuando admiro mi perfecta ensalada hecha con lechuga y tomate. Encontré bastante complicado no aplaudir cuando el otro día la reverenda hacía malabares mientras un niño recorría el pasillo central de la iglesia en bicicleta gritando a toda voz “Aleluya, Cristo ha Resucitado” y además en inglés... Me encanta decir en un restaurante que si me “pueden tomar la comanda”, solamente por el gusto de intentar que esa frase no se pierda. Y también me encanta silbar.

Como veis busco la felicidad constantemente (al igual que vosotros) y he desarrollado una capacidad especial para localizar “puntos felices” en cada acción que ocurre a mi alrededor. Es muy importante para esta tarea olvidarse la vergüenza en casa y llevarse las gafas de “mirar bonito” siempre en el bolsillo.

Pero si hay algo importante para que pueda ocurrir lo anterior es saber y recordar que todo es posible por la fe que tengo en Dios. Cuando te prometen la vida eterna y eres consciente de tal promesa las 24 horas del día es difícil no ser feliz, os lo aseguro.

Cierto es que tienen lugar acontecimientos complicados y duros muchísimas veces que torpedean mi calma, pero es también mi misión compartirlos con Cristo y con las personas de mi alrededor por la simple razón de poder disfrutar con ellos cuando tales problemas parecen mejorar.

Mi corta experiencia me ha demostrado que seguir a Dios ofrece muchas ventajas y ningún inconveniente, y eso me hace feliz. Y como me hace feliz, lo hago.

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